Una patrullera con dos agentes de policía llegó hasta una escuela de San Luis, Concepción para indagar sobre la adhesión de docentes a la huelga general del próximo 26 de marzo, el Senado sancionó un proyecto de ley que determina al ajedrez como materia obligatoria en el currículum de la Educación Escolar Básica y Media en el sistema educativo; asimismo se impulsaría un Proyecto de Ley “Educando para no olvidar”, a fin de incluir el tema “El Holocausto, paradigma del genocidio” como materia de estudio en escuelas y colegios, y como cátedra transversal en las universidades. (Por Ramón Corvalán)
Estos hechos, aparentemente diversos, en realidad están unidos por un hilo común: existen muchas expectativas puestas sobre el sistema educativo. Desde esperar que estimule el pensamiento matemático, pasando por hacer que no se olvide el Holocausto hasta llegar a controlar que los docentes no cambien el espacio del aula por la experiencia de la huelga, de la escuela se esperan muchas cosas, demasiadas porque también debe asegurar que los kits escolares lleguen a tiempo y cuidar de la calidad del almuerzo escolar.
Lejos estamos de aquel programa institucional surgido a principios del siglo XIX y que duró hasta mediados del siglo XX en el que la escuela tenía ese aire de espacio sagrado, protegido de los “desordenes y pasiones del mundo” con docentes que habitaban ese espacio por el impulso de la vocación. Hoy, el mismo Estado-Nación que intenta sostenerla no es lo que era, desplazado por otras lógicas en las que la diversidad, pluralidad de intereses, visiones, hacen que la pregunta acerca de quién es la escuela, a quién debe responder, se ubique en el centro de la cuestión.
La escuela hoy ya no es ese espacio institucional sólido; más bien se parece mucho a un galpón donde se van dejando cosas, tareas, intereses que difícilmente conforman algo estable como podría ser una política educativa, por ejemplo. El mismo docente/vocación fue sustituido por un profesional cuya formación se encuentra desconectada de algo más de tres décadas de debates y avances registrados en los diferentes campos del saber. Y quienes suponen que algo tienen para decir sobre la escuela andan desconectados.
Por eso, pese a que existe un Plan Nacional de Derechos Humanos cuyo Eje Estratégico II precisamente se denomina Educación y Cultura en Derechos Humanos y en el que el ítem 2.4 incorpora el tema Cultura y Memoria Histórica, es posible que, por otro lado, surja la idea de la cuestión sobre el Holocausto como materia de estudio. Tampoco dicha propuesta asume que existe (es cierto que aún en Fase Inicial) un Plan Nacional de Educación en Derechos Humanos con seis ejes estratégicos que precisa de un decidido apoyo institucional para su implementación y fortalecimiento.
No es que el tema del Holocausto no sea relevante; al contrario, no nos debería resultar indiferente tratar de comprender el siglo XX, que empezó con la aniquilación de la población armenia y terminó con el exterminio de los tutsis en Ruanda y la llamada ‘limpieza étnica’ en la antigua Yugoslavia, dejando entre medias las grandes masacres de la era estaliniana, la tragedia de la Shoa y el exterminio de una parte importante de la población camboyana. Las dictaduras militares en Latinoamérica igualmente conforman ese entramado de potencial de violencia acumulativa presente en una serie de experiencias políticas, militares e ideológicas del siglo que, por esta razón, algunos denominan “el siglo de los genocidios”.
Y si algún nuevo rumbo podemos merecer, vendría más bien de avanzar – tal como lo formula el Plan Nacional de Derechos Humanos- hacia la tarea de garantizar el desarrollo de la cultura en derechos humanos y asegurando la implementación del Plan Nacional de Educación en Derechos Humanos (PLANEDH).
Hoy no resulta fácil consolidar un proyecto a largo plazo porque cada vez más los tiempos políticos son de corto plazo. Por eso nos urge generar las condiciones para que la educación en derechos humanos sea el eje clave para el desarrollo de una cultura en derechos humanos en Paraguay. Y ello exige reconocer que la educación pública no es una plastilina que puede estirarse de cualquier manera o definirla con un color único.
Mucho aún nos queda por compartir, debatir, conversar para que nuestra educación pública tenga tal carácter. Y tales verbos no tienen mucha tradición en Paraguay porque la cultura de la orden superior aún organiza la vida cotidiana de las instituciones pero tendremos que comenzar porque ingresamos a un siglo bastante complejo y tenso. Sobre ello, Eric Hobsbawn, en uno de sus últimos ensayos, señaló lo siguiente: “en el siglo XXI, la guerra no será tan sangrienta como lo fue en el siglo XX, pero la violencia armada, que dará lugar a un grado de sufrimiento y a unas pérdidas desproporcionadas, continuará omnipresente y será un mal endémico, y epidémico por momentos, en gran parte del mundo. Queda lejos la idea de un siglo de paz”.
La forma local de esta proyección son las muertes, desapariciones, ejecuciones registradas en el marco de la lucha por la tierra, permanente conflicto que marca la historia del país. Pero en el galpón de la educación pública, aún no encuentra lugar.
Fuente: Serpaj – Py