Desde algunos sectores oficialistas se empieza a posicionar el tema de la reelección, estrategia conocida y poco creativa de parte de nuestros actores políticos quienes han repetido este comportamiento en todos los gobiernos postdictadura.
La Constitución Nacional de 1992, prohíbe la reelección en todas sus formas y de esta manera nuestro país, junto con México, Guatemala y Honduras, es de los pocos en América Latina que tiene vedada expresamente dicha figura.
En algunos países de la región la reelección se incorpora en los preceptos constitucionales en los años 90, casos de Argentina (1994) y Perú (1993) bajo los gobiernos de Menem y Fujimori respectivamente, en ambos casos se incorpora la reelección consecutiva por un periodo más.
Posteriormente, harían lo mismo Brasil en 1998 y Venezuela en 1999, país que, luego, con la enmienda de 2009, aprobada mediante referéndum del 15 de febrero, introdujo la reelección indefinida.
En la década del 2000, las reformas constitucionales en República Dominicana (2002), Colombia (2004), Ecuador (2008), Bolivia (2009) y Nicaragua (2010 y 2014) instalan definitivamente esta tendencia a favor de la reelección.
Hoy la idea de consolidar la figura de la reelección en algunas Constituciones latinoamericanas, va mucho más allá, hasta incluso posibilitar una reelección indefinida, como son los casos de Venezuela y Nicaragua (reforma constitucional de enero de 2014) donde la propia Asamblea Nacional refrendó en forma definitiva un paquete de reformas que permiten la reelección indefinida del presidente, Daniel Ortega, y lo autorizan a gobernar mediante decretos con fuerza de ley.
En los casos de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia y Ecuador, la reelección consecutiva está permitida, pero no es indefinida (solo para un periodo más) en otros casos solo es posible luego de transcurrido uno o dos mandatos presidenciales: Chile, Costa Rica, El Salvador, Panamá, República Dominicana, Perú y Uruguay.
Como vemos la reelección en América Latina, goza de muy buena salud. En cuanto a la conveniencia o no de la reelección en si misma, la discusión no puede estar divorciada de un análisis de fondo sobre la cultura política imperante en nuestro país y en gran parte en la Región, donde sigue vigente un estilo caudillista y personalista en los liderazgos políticos, así como sobre el grado de institucionalidad del sistema político, donde el rasgo común es el de una extrema fragilidad institucional, un Estado ausente y con capacidades muy limitadas para accionar y una representación política de bajísima calidad.
En este escenario, las experiencias reeleccionarias, en la gran mayoría de casos, lo que hacen es profundizar liderazgos personalistas, perpetuarlos en el poder y dejar instalada la idea en el electorado de que son imprescindibles para salvar la democracia.
Ya lo dijo el ex presidente Lula: “Cuando un líder político empieza a pensar que es indispensable y que no puede ser sustituido, comienza a nacer una pequeña dictadura”.
Por Camilo Filartiga Callizo.